Viajando

De tanto en tanto, necesito desplazarme a sitios donde no vivo, y vagar sin rumbo por allí. No muy lejos: me basta con que sean barrios en mi ciudad suficientemente alejados del mío. La extensión geográfica de Barcelona es modesta si se compara con ciudades fractales como Londres o Tokyo. Al menos para mí, esa escasez de metros cuadrados enfatiza la variedad que uno siente al moverse de un barrio a otro, una experiencia que podemos llamar hiperlocal pues cuesta muy pocos metros, a menudo cruzar una avenida, para experimentar ese contraste.

Como ocurre con muchas otras cosas, nuestra experiencia de los lugares por donde andamos es completamente personal, y sitios que para mí están lo bastante lejos como para sentirlos un lugar ajeno, seguramente para otras personas resultan del todo iguales a los que conocen.

Sentimos el espacio alrededor en áreas del cerebro muy antiguas, anteriores a la invención de las palabras. Precisamente porque es una inteligencia anterior a las palabras, no puedo explicar con ellas qué magia terapéutica me convoca a esos barrios lejanos. Una magia que no me es exclusiva. Pasé muchos años practicando las expediciones hiperlocales antes de conocer la práctica japonesa de los baños de bosque (森林浴, Shinrin Yoku). Creo que ambas prácticas coinciden en estimular positivamente esa área del cerebro y, a través suyo, sanarnos del mal.

Un camino se adentra en el bosque, como ejemplo de Shinrin Yoku

Hace unas pocas semanas fui a Londres en viaje de trabajo. Lo primero que anoté en mi diario al llegar al hotel fue la sensación extraña que me producía haber entrado en la estación de metro en Barcelona (la Sagrera, para más señas) y no haber salido al aire libre en ningún momento hasta emerger de la estación del overground en Hoxton. Pensé, las personas que fuman cuentan al menos con la ventaja de salir al exterior más a menudo. Pensé, es como si un tubo de miles de kilómetros de longitud conectara la Sagrera y Hoxton. Y pensé, ¿no habremos convertido el paisaje urbanizado del planeta en un gigantesco y único no-lugar?

La geografía gravita sobre el software

La impresión que tuve de la Tierra como un único no-lugar sugiere que quizá ya nadie le resulta totalmente extraño a nadie en todo el planeta. La historia nos enseña que, en realidad, la gente ha estado moviéndose de aquí para allá y encontrándose con gente desconocida durante milenios, y pudieron entenderse. La experiencia de tratar con personas de lugares lejanos es una fusión de extrañeza y familiaridad profundamente estimulante.

Además, dado que la diversidad es clave para la supervivencia de la vida, que siga ahí ese componente de extrañeza resulta vital para nuestra especie.

Las diferencias en la forma de ser de cada cultura nos hablan acerca de ese componente de extrañeza. Que existan esas diferencias entre culturas explica porqué las aplicaciones de software son un artefacto cultural, pues no aparecen de la nada: son personas quienes deciden cómo van a ser, y personas quienes ponen en práctica esas decisiones. Nadie puede abstraerse de quien es ni del lugar en que vive cuando produce ideas, como tampoco puede impedir que su cultura (que siempre es local) impregne el software que produce.

Por supuesto, el interés económico empuja a las empresas que producen software a ignorar todo esto. Tratan las aplicaciones de software como una mera colección coherente de funcionalidades y las brindan tal cual a cualquiera en el mundo que quiera usarlas. Por eso se asume también que el acceso a esas funcionalidades que se va a recibir de igual manera en todas partes, que mensajes, pantallas y botones son igualmente comprensibles por cualquier persona en cualquier lugar del planeta.

No lo son.

Ocurre que las personas no decidimos los rasgos de nuestra cultura: nacemos en ella y la hacemos evolucionar sin ningún plan establecido conforme vamos viviendo. Por eso, al usar una aplicación desarrollada por gente de otra cultura, a menudo no entendemos un mensaje en pantalla, no sabemos qué poner en ese estúpido formulario, ni porqué el botón que apretamos no hace lo que debería. ¿Qué quiere decir eso que pone ahí en rojo?

Todo esto significa que el software, como artefacto cultural, tiene que reconocer lo que es local como lo hacen las personas. Y, por supuesto, esto va más allá de traducir textos.

Las personas somos fuentes de extrañeza

Más arriba me preguntaba, ¿no habremos convertido el paisaje urbanizado del planeta en un gigantesco y único no-lugar? La respuesta es que, aun en el caso extremo de que toda la Tierra fuera una sola ciudad, las personas seguiríamos creando barrios en ella.

Nota sobre derechos: Las imágenes de esta entrada proceden de las fotos que hice yo mismo en un viaje reciente a Londres, a principios de marzo de 2024, y de fuentes de libre acceso en Internet que uso aquí sin modificar

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