Viajando atrás en el tiempo

Estudié Física en la Universitat de Barcelona en los años 90 del siglo XX. Por entonces, Lev Landau, científico soviético premio Nobel de Física en 1962, y protagonista titular de la entrada de hoy en este blog, llevaba ya más de 20 años muerto. A pesar de ello, Landau era todavía una figura venerada por unos cuantos de los estudiantes que nos enfocábamos a la  Física Téorica, a pesar de la ínfima presencia pública que la ciencia soviética tenía en Occidente.

Para nosotros, el principal motivo del recuerdo a Landau era su monumental «Curso de Física Teórica». Esta colección de libros era un reto severo y, a la vez, un alimento altamente nutritivo para las aspiraciones de quienes creíamos poder llegar a ser alguien relevante, incluso famoso, en Ciencia. Algo que, sobra decir, en mi caso nunca ocurrió.

Hoy en día lo soviético nos parece muy lejano, pero en 1990 había pasado solamente un año desde la Caída del Muro de Berlín, y Rusia seguía siendo muy soviética a pesar de que la propia Unión Soviética había terminado, literalmente hecha pedazos, en la papelera de la historia.

Sin embargo, ocurre que la experiencia del tiempo es más engañosa de lo que creemos.

Para empezar, porque nuestra experiencia del tiempo no es lineal. Así, un viaje de 30 años al pasado nos lleva a un lugar muy diferente de aquél al que llegaríamos si viajáramos 60 años atrás. A primera vista, creeríamos que sólo estábamos yendo el doble de lejos en el tiempo, pero lo cierto es que, por chocante que parezca, la historia no camina a velocidad constante.

Viajar 60 años atrás nos lleva más lejos que hacerlo dos veces 30 años.

La razón de esta aparente paradoja reside en la extensión media de la vida humana. Cualquier persona con 50 años de edad vive a partir de lo que recuerda de sus últimos 30 años. Algo ocurrido hace 60 años sólo tiene impacto personal sobre quien ya está en sus 80, una edad a la cual, en general, nadie importa.

Por eso, cuando yo tenía 20 años, la huella del legado de Landau todavía estaba ahí. Porque la gente que marcaba la Física a mi alrededor estaba en sus 50, en el apogeo de su influencia, y marcaban el paso a todos los demás.

Haciendo, y encontrando, Ciencia

Si traigo de vuelta aquí a Landau es por una de las marcas de carácter más sugestivas que descubrí sobre él cuando estudiaba: su acercamiento creativo a la investigación en Física Teórica.

Como ocurre en muchos otros contextos, la gente que se dedica profesionalmente a la Ciencia comparte sus especulaciones informalmente, en cafeterías, emails, conferencias, encuentros, por teléfono, etc. Cuando un trabajo se considera terminado e incluye algún resultado que se cree de valor, lo escriben como artículo de texto y lo remiten a una publicación especializada.

Dichas publicaciones especializadas envían, a su vez, los trabajos que reciben a personas de experiencia reconocida en el campo científico concreto del que trata cada artículo. Esta revisión tiene más en cuenta la metodología seguida que el contenido en si mismo, con el fin de evitar en lo posible todo sesgo. Sólo aquellos trabajos que superan esta evaluación terminan publicándose.

Si este procedimiento suena a antiguo es porque lo es. Hoy en día, y ya era así cuando yo estudiaba Física, los trabajos se envían primero a directorios públicos, en paralelo a su publicación por el canal tradicional (la cual, recordemos, sólo ocurrirá cuando la evaluación termine positivamente) . De esta forma se garantiza su distribución global y temprana, a la vez que especulaciones heterodoxas se exponen a la crítica sin que un posible rechazo a su publicación en revista lo impidiera.

En otras palabras, gracias a Internet, la comunidad científica dispone de una libertad de distribución mucho más amplia, pagando el precio que conlleva no disponer del filtro que las publicaciones científicas, con la revisión previa por expert@s, aportan.

Vale la pena añadir que el trabajo de l@s científic@s se evalúa principalmente según el número de publicaciones en revistas especializadas, así como de la relevancia de cada revista, y del número de veces que cada artículo se cita en otros. Quién conozca los detalles del PageRank con que Google se dió a conocer en el ecosistema de los buscadores de Internet, verá que se parecen mucho.

De todo esto, lo que nos importa aquí es la costumbre de iniciar cualquier artículo científico con un breve párrafo, generalmente conocido como abstract, que resume lo que a continuación el artículo desarrolla en toda la extensión que se necesite. Por ejemplo, el resumen nos informa de un hallazgo y el artículo a continuación nos detalla cómo se llega a él y cuál puede ser la razón de su importancia.

Bibliotecas y gimnasios

Aquí es donde vuelve Landau a nuestra historia. Porque, según se nos contaba hace treinta años, cuando Landau ojeaba nuevos ejemplares de las revistas científicas sobre Física teórica, solamente leía los abstracts. Cuando encontraba uno interesante, dejaba la revista a un lado y se ponía a buscar aquel hallazgo por su cuenta, sin leer el artículo y, por lo tanto, sin saber de antemano la línea de pensamiento y de cálculo que había conducido a sus autor@s hasta aquel resultado o conclusión.

Leer esto sobre Landau me conmocionó. Entonces no me di cuenta de la arrogancia latente que se desprende de su actitud. Lo que sí vi, y sigo viendo ahora, es la apuesta total de Landau por la creatividad, la confianza que depositaba en sus habilidades, y el uso que hacía de los problemas que sus colegas habían resuelto para ejercitarse.

A menudo se utiliza la biblioteca como metáfora del conocimiento. Es un error. La mejor metáfora para el conocimiento, cómo hacerlo crecer, y cómo se mantiene, es el gimnasio. El conocimiento se adquiere con la práctica y se pierde por falta de ejercicio.

Lo que hacía Landau hunde sus raíces en algo que, me parece, no se explica suficientemente: existen múltiples caminos para llegar a un mismo resultado, y aporta más valor seguir múltiples alternativas para llegar a él que copiarnos unos a otros. Creer que, si alguien hace lo que sea bien, debemos copiarle porque eso es más eficiente, más rentable, o un hecho que hay que aceptar sin más como tal, es un error.

Copiando siempre perdemos.

Landau y la Inteligencia Artificial

Pero hay más que aprender de lo que Landau hacía. Porque Landau nos enseña que debemos mantener nuestras habilidades en forma, y para eso hay que usarlas contínuamente.

Dejar en manos de la Inteligencia Artificial áreas clave para el funcionamiento cotidiano de nuestra civilización, como el diseño o la gestión de infraestructuras, el diagnóstico médico, o la elaboración de estrategias para abordar proyectos complejos, reemplazando a las personas que desempeñan esas tareas, significaría hacer lo contrario.

A lo sumo en dos o tres generaciones (60 a 90 años), nuestra civilización se haría sumamente vulnerable. ¿Cómo íbamos a recuperar la capacidad de diseñar, construir, o reparar cualquier cosa importante si no queda nadie vivo que supiera cómo hacerlo, y que lo hubiera hecho en la práctica?

Es imperativo que mantengamos la Inteligencia Artificial en un papel de asistente. Que se utilice para incrementar las habilidades de las personas, no para reemplazarlas.

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