La ruleta de la fortuna y la fantasía, de Hamaguchi Ryûsuke

El gran éxito internacional que obtuvo la película de Hamaguchi Ryûsuke «Drive my car» en 2021 facilitó que se estrenara en cines su película inmediatamente anterior, «La ruleta de la fortuna y la fantasía». En su distribución en España, la compañía distribuidora optó por un título que traduce directamente del inglés, a pesar de que, en mi opinión, una traducción directa del japonés, «Coincidencia e imaginación», hubiera estado más acorde con los temas que el film aborda.

Compuesta de tres historias independientes, en conjunto no me pareció una película tan lograda como «Drive my car», a pesar de que el estilo del director en ella está ya muy patente aquí: planos largos, mucho diálogo (en esencia, la película se reduce a personajes que hablan), muchos exteriores y un naturalismo que se convierte en seña de identidad del autor. ¿O es precisamente buscar la máxima naturalidad posible lo que acaba por borrar al autor de su propia película, impidiéndonos hablar de él a partir de lo que hemos visto?

Quién sabe.

Mi fascinación por Japón no me distingue para nada, pues la comparto con muchas otras personas. El cine de Hamaguchi Ryûsuke es alimento para mi fascinación: se apodera de mí justo cuando su cámara se demora en los personajes trasladándose de un lugar a otro, a veces en coche o en taxi, a veces simplemente andando. En esas escenas, me parece que las calles, las carreteras, los parques y paseos escapan del fondo y me cuentan tantas cosas sobre cómo es Japón de verdad. Los personajes siguen ahí, pero me importan menos durante el rato que paso en trance sintiendo lo japonés de Japón.

Coincidencia e imaginación

Una coincidencia desencadena el primero de los episodios, y una nueva coincidencia cierra el segundo. Ligando de algún modo este episodio con el tercero, la historia que nos cuentan aquí termina fuera de pantalla, en nuestra imaginación, dando paso a que sea de nuevo la imaginación el eje dominante en el último de los relatos que componen la película.

Esta historia no solo me parece cinematográficamente superior a las  dos anteriores, sino que además me toca muy hondo a un nivel más personal. Y lo hace otra vez por la suma de coincidencia e imaginación: por lo que coincide que compartimos los personajes y yo, y por lo que sus vidas ficticias me dicen sobre la mía, que (asumo) es real.

Dos mujeres inmersas en lo profundo de los cuarenta años de edad se encuentran por casualidad y creen ser antiguas compañeras de instituto. A raíz de desencadenantes distintos, ambas mujeres han puesto en cuestión su vida hasta ese punto.

Su primera mitad.

Nutsuke, una profesional de las tecnologías de la información en paro (afirma que se lo está tomando como un descanso) va en busca de su novia del instituto, la única persona a la que ha amado de verdad y la única a la que cree que podrá amar jamás. Aya, casada y madre de dos hijos adolescentes, no tiene quejas sobre su vida y, aún así, siente la grave inquietud de ignorar qué hubiera podido lograr de haber tomado decisiones diferentes a las que tomó.

Echar la mirada atrás, reconsiderar decisiones pasadas sabiendo que no podremos andar ahora los caminos que entonces no tomamos, es algo que la vida nos lleva a hacer tarde o temprano. Nos afecta de verdad cuando nos damos cuenta de que opciones posibles entonces, ahora se han vuelto imposibles. Y nos afecta porque ahí nos damos cuenta de que la juventud se ha terminado, pues ser jóven es creer que todo nos es posible.

Ryûsuke logra el prodigio de mostrarnos que no es éste un ejercicio de nostalgia ni de miedo a la propia muerte. Ninguna de las dos protagonistas se detiene en la desilusión o la tristeza. Al contrario: se trata de hacerse la pregunta, ¿cómo voy a seguir adelante a partir de aquí?

¿Cómo va a ser mi segunda mitad?

Imaginación e Inteligencia Artificial

¿Fue también una coincidencia lo que me empujó a ver esta película, justo cuando las personas que trabajamos en la creación de software nos hayamos en una encrucijada vital semejante a las de Nutsuke y Aya?

Los profesionales del software hemos disfrutado de unos años en que la expansión de nuestra profesión nos garantizaba un futuro razonablemente próspero sin necesidad de invertir grandes esfuerzos. Hasta que llegaron los tipos de interés elevados y la Inteligencia Artificial, y se acabó todo.

En 2011 se dijo que el software se había comido el mundo, que nuestra civilización entera funcionaría gracias a él. Quienes creamos software como profesión creímos tener el control. Una década de maravillas nos contemplan, como Napoleón y sus soldados a las pirámides de Egipto.

Resulta irónico que el ocaso de nuestra profesión venga de la mano de una tecnología, la Inteligencia Artificial generativa, que hace exactamente lo mismo que los profesionales del software hemos estado persiguiendo y promocionando durante años. La IA nos reemplaza cuando somos instrumentos en lugar de actores.

Así es, la IA nos reemplaza porque decidimos basar nuestro trabajo en replicarnos unos a otros, evitando tanto como fuera posible cualquier punto de vista propio. Nuestra mayor ambición profesional era producir software igual que los demás, rivalizando por alcanzar el rigor máximo. A esto le llamamos abrazar las buenas prácticas.

Ahora todo eso ya da igual. Y además, la nuestra no va a ser una buena muerte. Para los profesionales del software, preguntarnos cómo va a ser nuestra segunda mitad tiene fácil respuesta: será peor. Porque, a pesar de que la tecnología hace posible nuestro mundo, nuestra profesión no cuenta con el apoyo social que otras, como la gente de la agricultura y el mar, la educación o la medicina, sí suscitan. Nadie va a cortar calles ni a manifestarse coléricamente por nosotros. Nosotros mismos tampoco.

Y, sin embargo, creo que hay una posible segunda mitad. Creo que siempre ha estado ahí, esperando su momento, otra forma de hacer software. Explicarlo va a ser uno de los temas de este blog, que hoy inicia una segunda vida.

Tecnologías como la Inteligencia Artificial nos pueden suplir, y superar, en todo lo concreto y lo abstracto. Sin embargo, conviene no olvidar que la IA reconoce patrones, calcula probabilidades y obtiene conclusiones, pero no entiende nada. Solo las personas disponen de la capacidad de comprender, y no es para nada prudente menospreciar esta capacidad.

Por eso hay que mantener a las personas en el centro de todo lo que emprendamos. También al crear software.

Todas y cada una de las personas en la Tierra, y más aun, todo lo que vive, es un tesoro.

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